domingo, 24 de septiembre de 2017

Cómo Vivir los Principios del Evangelio


En la primaria, los niños aprenden ciertas normas de la iglesia que les ayudarán a andar en rectitud a lo largo de su vida. Esas normas son “Mis Normas del Evangelio” y ellas son:
           1.      Seguiré el plan que nuestro Padre Celestial tiene para mí.
           2.      Recordaré mi convenio bautismal y escucharé al Espíritu Santo.
           3.      Haré lo justo. Sé que puedo arrepentirme si cometo un error.
           4.      Seré honrado con mi Padre Celestial, con otras personas y conmigo mismo.
           5.      Usaré con reverencia el nombre de nuestro Padre Celestial y el de Jesucristo. No usaré un             lenguaje indecente ni malas palabras.
           6.      Haré durante el día de reposo las cosas que me harán sentir cerca de mi Padre Celestial y de         Jesucristo.
          7.      Honraré a mis padres y haré lo que esté de mi parte para fortalecer a mi familia.
          8.      Mantendré mi mente y mi cuerpo sagrados y puros, y no participaré de cosas que sean dañinas       para mí.
          9.      Me vestiré modestamente para mostrar respeto por mi Padre Celestial y por mí mismo.
        10.  Solamente leeré y veré cosas que sean agradables para mi Padre Celestial.
        11.  Solamente escucharé música que complazca a mi Padre Celestial.
        12.  Buscaré buenos amigos y los trataré con bondad.
        13.  Viviré de tal forma que sea digno de entrar en el templo y haré lo que esté de mi parte para tener      una familia eterna.
Los jóvenes entre los 12 y los 18 años, cuentan con un programa que trabaja a profundidad esas normas. Ese recurso maneja 19 temas. Los cuales recuerdan sobre la familia, las amistades, la pureza sexual, la observancia del día de reposo, la honradez y la integridad, el modo de vestir y la apariencia, el lenguaje, la música y el baile. Y enseñan sobre el albedrío y la responsabilidad, el salir con jóvenes del sexo opuesto, la educación académica, la diversión y los medios de comunicación, la gratitud, la salud física y emocional, el arrepentimiento, el servicio, los diezmos y las ofrendas y el seguir adelante con fe.
Yo llegué a la iglesia a los trece años, tenía la edad suficiente para aprender las normas con “Para la Fortaleza de la Juventud”. Al principio fue fácil ya que mis papás me habían criado con valores y normas parecidas. El tiempo fue pasando y yo fui creciendo, mis intereses cambiaron, cambié de colegio y por lo tanto conocí gente nueva. Ellos al conocerme dijeron que pensaban que la gente como yo ya no existía. Me hacían preguntas incómodas, me invitaban a sus fiestas y a sus salidas, pero yo sabía que no era lo correcto. Yo para ellos era un bicho raro y no quería sentirme así. Yo quería ser como ellos, me quería divertir más, quería probar cosas nuevas. Empecé a compartir más tiempo con ellos, salíamos a almorzar, iba a sus casas, pasaba los recreos con ellos, me sentaba en la ruta con ellos, me empecé a vestir igual que “mis amigas” e incluso empecé a hablar como ellos de sus mismos temas.  Pensé que eso me haría feliz, me haría quererme más, me haría popular, pero, de hecho, estaba poniendo mi vida, mi felicidad y mi confianza en las personas equivocadas. Esa felicidad no era genuina. Al contrario, me sentía vacía, sentía que no pertenecía a ningún lugar, me sentía fea, sola, sentía que no era suficiente.

Un domingo, al llegar a mi casa después de la iglesia, me sentía mal, cansada, triste. Encontré un librito que me llamó la atención…era mi folleto de Para la Fortaleza de la Juventud. Lo abrí y leí: "NUESTROS ESTIMADOS HOMBRES Y MUJERES JÓVENES, tenemos gran confianza en ustedes. Ustedes son amados hijos e hijas de Dios y Él los tiene presentes; han venido a la tierra en una época de grandes oportunidades y también de grandes desafíos. Las normas de este folleto les ayudarán con las decisiones importantes que están tomando ahora y las que tomarán en el futuro. Les prometemos que, si guardan los convenios que han hecho, y estas normas, serán bendecidos con la compañía del Espíritu Santo, su fe y testimonio serán más fuertes y disfrutarán de mayor felicidad.
En todo lo que hagan, mantengan su mira en el templo. En el templo recibirán las más grandes de todas las bendiciones del Señor, incluso el matrimonio por el tiempo de esta vida y por toda la eternidad. Guardar las normas de este librito les ayudará a ser dignos de asistir al templo, donde podrán efectuar ordenanzas sagradas por sus antepasados ahora y hacer convenios esenciales por ustedes en el futuro.Nuestro Padre Celestial ha depositado gran confianza en ustedes y tiene una obra para que lleven a cabo. Procuren Su guía con oración y deliberen en consejo con sus padres y líderes. Las decisiones que tomen ahora fijarán el curso que seguirán durante gran parte de su vida mortal y por la eternidad.Testificamos que Dios vive. Nuestra ferviente oración es que permanezcan firmes y valientes a lo largo de toda su vida y que confíen en el Salvador y en Sus promesas. Al hacerlo, serán una influencia para bien al ayudar a edificar el reino de Dios y preparar al mundo para la Segunda Venida del Salvador."
-La Primera Presidencia.
Esas sabias palabras llenas de amor y aliento, me ayudaron a entender que el camino por el que andaba, no era el correcto. Pero sobre todo me ayudaron a entender que yo tengo una misión en esta tierra y que no debo darme por vencida. Entendí que tengo un potencial divino porque soy una hija de Dios. Vine a esta tierra para perfeccionarme y para aprender. En ese momento, decidí cambiar la forma en la que estaba viviendo mi vida y estaba tomando mis pruebas. Oré y le pedí al Padre que me diera la fortaleza suficiente para seguir adelante siguiendo sus normas. Empecé a leer mis escrituras, cantaba himnos más seguido intentaba hacer del lugar en donde estuviera, un lugar santo. Tuve que hacer sacrificios, pero al hacerlos, gané bendiciones. Dejé de lado a varios “amigos” pero fortalecí mi relación con mi Padre Celestial, dejé de vestirme de la manera que lo hacía antes que, aunque no fuera inmodesta, no mostraba quien era yo verdaderamente. Me preocupé más por terminar mi Progreso Personal que por ver el programa más recomendado de Netflix, gané amigos que me ayudaron a volver a encontrar mi verdadero ser. Ya podía mirarme al espejo sin sentirme mal, de hecho, me sentía muy bien. No deseo que entiendan que todo terminó bien. Las burlas volvieron, las preguntas incómodas se hicieron más incómodas y el ambiente se volvió más tenso. Siempre que quería irme de ahí y esconderme, venía a mi mente un fragmento de un discurso del Presidente Monson que dice: “Mormón atrévete a ser; atrévete a lo correcto, aunque solo estés. Atrévete a un firme propósito tener, y atrévete a darlo a conocer.”
En esa etapa de arrepentimiento y cambio, logré comprender la importancia de leer las escrituras. Las Escrituras proporcionan una de las mejores maneras de hallar nuestro camino y permanecer en él. Uno de mis relatos favoritos del libro de Mormón es la historia de los 2000 jóvenes guerreros. Ellos son un ejemplo enorme para mí porque ellos amaban a Dios con todo su corazón y respetaban el convenio que sus padres habían hecho. Fueron jóvenes valientes, capaces de arriesgarlo todo por defender a su pueblo. Nunca dudaron de lo que sus madres les habían enseñado “Que si no dudaban, Dios los libraría.”                        
Tal fue su fe en Dios, que esa promesa se cumplió. Ellos eran jóvenes como yo y como muchos de los que estamos aquí presentes.  Pero a pesar de eso y a pesar de nunca haber empuñado un arma ni haber combatido en guerras, salieron victoriosos y derrotaron a sus enemigos. En Alma 56: 56 dice: Pero he aquí, para mi mayor alegría hallé que ni una sola alma había caído a tierra; sí, y habían combatido como con la fuerza de Dios; sí, nunca se había sabido que hombres combatieran con tan milagrosa fuerza; y con tanto ímpetu cayeron sobre los lamanitas, que los llenaron de espanto; y por esta razón los lamanitas se rindieron como prisioneros de guerra.”
Nosotros no tenemos que luchar en guerras, no tenemos que ir a defender a nuestro pueblo y no tenemos que empuñar un arma. Lo que si tenemos que hacer es defender nuestras creencias. Debemos tener una meta fija y clara. Si, está bien equivocarse, está bien cometer errores, pero no está bien quedarse ahí y decir que más tarde nos arrepentiremos. En una clase de mujeres jóvenes aprendí una frase que me marcó la vida y dice: ¿esto vale lo suficiente como para arriesgar mi felicidad eterna? La verdad es que, si estamos arriesgándola, esa cosa no es. No podemos arriesgar nuestra eternidad por un momento de felicidad terrenal.
Hermanos, las decisiones que tomemos ahora, afectarán enormemente nuestras vidas. Por ejemplo, si yo decido buscar amigos, debo buscar el tipo de amigo que tenga mis mismos valores, sería el tipo de amigo que le presentaría a mis papás, al que traería a la iglesia sin tener vergüenza.
Si yo decido guardar el día de reposo, leer las escrituras, servir a alguien, pasar tiempo con mi familia y amigos realizando actividades que eleven al espíritu, será más importante que ese partido de fútbol o más importante que ir de compras.
El cumplir con las normas de la iglesia no será fácil, pero valdrá la pena. Y NUNCA olviden que el Padre Celestial estará siempre con nosotros.
Para finalizar, me gustaría concluir con un fragmento de mi discurso favorito: De modo que, sigan amando; sigan tratando; sigan confiando; sigan creyendo; sigan progresando. El cielo los está animando hoy, mañana y siempre.”

Yo sé que esta iglesia es verdadera, sé que José Smith fue el profeta escogido por Dios para abrir ésta dispensación y restaurar su iglesia, y porque entregó su vida, sé que todo esto es verdad. Sé que el libro de Mormón al igual que la Biblia y Doctrina y Convenios son verdaderos, y contienen revelación de Dios. Sé que Thomas Spencer Monson es un profeta escogido por Dios, sé que recibe revelación directa de nuestro Padre Celestial y siento su amor cada vez que se dirige a nosotros. Y sobre todo, se que mi Padre celestial me ama al igual que Jesucristo. Sé que él vive y que por su gracia nos podemos arrepentir y ser perfectos en Él.

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